por Anabel
(San Martín, Buenos Aires, Argentina)
Cuando tenia 6-7 años escuché en la novela Más allá del horizonte que “Asunción vivía en soledad”. Como no entendí a qué se referían, le pregunté a mi mamá y me dijo “Es cuando una persona se queda completamente sola de gente que la rodea”. Crecí con esa definición en mi cabeza, hasta que con el correr de los años fui readaptando la respuesta de mi mamá. Esa explicación sobre la soledad la fui completando o desmenuzando.
La soledad va más allá de no no tener gente que a uno lo rodea. Ví con mis ojos, mucha gente rodeada de mil personas en completa soledad interior. Siempre me pareció una locura sentir eso. Me resultaba imposible porque estoy rodeada de amigos, familia, marido, familia postiza y muchas relaciones amistosas que generé durante 36 años.
Hace 10 años falleció mi papá de una obstrucción pulmonar. Cuando se acercaba la maldita fecha de los 10 años, fallece mi mamá de un ACV. Así de golpe, se descompuso un a la tardecita un ratito después de estar riéndonos bien fuerte. El domingo a la noche no tenía más mamá.
Hace 3 meses que me siento Asunción de la novela. Jamás lo viví en carne propia. Es un sentimiento feo, espantoso. Es difícil de explicar porque estoy rodeada de mucha gente. Me rodean los amigos. Me rodea mi marido. Me rodean mis perras. Me rodea el amor. Pero no me rodea más el nido. Me siento un cachorrito perdido y solo en el mundo. Y ser hijo único es sentirse aún más solo.
A veces, planteo con los que me rodean la crisis existencial que estoy atravesando y me siento incomprendida. La única manera de comprender a un hijo único es siendo hijo único. No hay chance de imaginarlo más que utilizando el mismo calzado. Los hijos únicos cargamos con esa pesada mochila desde el momento que llegamos al mundo. Creamos con nuestros padres un triángulo poderoso e indestructible que nada ni nadie podrá romper. Nuestra vida se liga a la de ellos dos de manera inevitable. La falta de hermanos hace que ese vínculo sea aún más especial y diferente al resto de las familias “tipo” en adelante. Las demás familias podrán ser cuadrados, rombos pero triángulos jamás. El hijo único crecerá junto a sus padres atado a un amor fiel e incondicional. En el mundo, siempre serán ellos tres.
Cuando los padres fallecen, el hijo único vive el fallecimiento paterno y materno con especial intensidad. No tiene hermanos para consolarse. Se siente solo y aislado. Queda flotando solito en el medio de una isla. Y el resto de las relaciones familiares y sociales seguirán su curso normal. Los tíos seguirán siendo los tíos. Los primos seguirán siendo los primos y los amigos seguirán siendo los amigos. Ninguna relación pasará a cambiar su rol a partir de la muerte de los padres. Lamentablemente, es una mochila algo pesada, densa y torcida que al hijo único no le queda otra que transitar, asumir y luego, después de varias desilusiones, deberá aceptar.
No habrá otra persona que sienta el mismo grado de angustia, tristeza, impotencia, bronca, dolor, enojo con la vida. Solo nos queda agarrarnos bien fuerte de esa fortaleza que forma parte de nuestro ADN desde el momento que nacemos y crecemos formando parte de aquel triángulo indestructible como los gajos entrelazados de una trenza.
MAMÁ Y PAPÁ LOS EXTRAÑO TODOS LOS DÍAS DE MI VIDA!!!
NUESTRO AMOR ES TAN GRANDE QUE JAMÁS EXISTIRÁ DISTANCIA ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA. LOS AMO CON MI ALMA ENTERA!
ANABEL.
May 03, 24 07:00 PM
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